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EL ‘GERMEN’ TOCA A LAS CAMPAÑAS

Hay temas que no se han resuelto, como la financiación de una educación mucho mejor en zonas rurales
Los candidatos a la presidencia proponen cosas parecidas en educación (jornada completa, ampliar grados del ciclo inicial, capacidades socioemocionales y ciudadanas, nuevos cupos en universidades públicas, formación docente, dotar con ladrillos y TIC…), y todos dicen que la razón para educar es combatir la inequidad. Buen consenso, ¿cierto? ¿Se agotó el debate educativo? Para nada. Si de verdad queremos equidad, hay temas que no se han resuelto, comenzando por el punto crítico de la financiación de una educación mucho mejor para los pobres en zonas rurales y urbanas, en un momento de vacas flacas.
Pero hoy mi punto es que las propuestas presidenciales no tocan el otro elemento esencial del problema, que a mi juicio es la ausencia de un sistema educativo en el que todos participemos de una transformación profunda, con acuerdos básicos nacionales y reconociendo el poder y la autonomía de cada comunidad para hacer el cambio a su manera.
Como la realidad la hacen las personas, el Estado y sus planes solo son efectivos cuando las involucran en la definición, ejecución y adaptación a su contexto de las políticas públicas. Esa ruta de cambio (o de afianzamiento cuando las cosas funcionan), que el Estado propone, a la que llamamos política educativa, no se puede soportar estratégicamente en cierta sapiencia jurídica que expide leyes y actos administrativos ni en modelos de incentivos basados en regresiones econométricas.
Esas herramientas que dudan del criterio de maestros y estudiantes y pretenden darles instrucciones y manipularlos desde centros de poder han dominado por años el gobierno de la educación y se intuyen en las propuestas de los candidatos actuales. Son lo que llamo el ‘germen’. Un virus cuyos síntomas son muchos exámenes a los niños, incentivos monetarios para poner a competir a los maestros, currículos estandarizados en unas pocas áreas cognitivas, capacitaciones técnicas a los docentes en competencias definidas por expertos y, en suma, un montón de recetas tecnocráticas.
El Estado y sus planes solo son efectivos cuando las involucran en la definición, ejecución y adaptación a su contexto de las políticas públicas. Y son estrategias que rebotan contra la realidad, no consiguen comprometer comunidades y personas, y suelen fracasar, no solo en Colombia, donde lo vienen haciendo al menos en lo que va corrido del siglo XXI, sino en Estados Unidos, donde se las inventaron. Ya hace años, estudiosos como Andy Hargreaves, del Boston College, explicaban las pifias de dos décadas de enormes planes federales con buenas intenciones, pero rígidos y tecnocráticos, que nunca caminaron en la vida de las escuelas. Y en el gobierno de Trump han terminado con una caricatura aún más economicista que las anteriores y con un inmenso recorte presupuestal.
Contraejemplos como el de Finlandia y, cada vez más, el de países asiáticos muestra otro camino, basado en ofrecer autonomía y motivación a docentes y escuelas. Pasi Sahlberg, profesor finlandés de la Universidad de Harvard, para tomar solo una fuente, desnuda lo que llama el virus o germen del ‘Movimiento global de reforma educativa’ (GERM, por su sigla en inglés). Y al compararlo con nuestro camino recurrente se puede constatar que Colombia ha copiado una receta gringa para el fracaso (https://pasisahlberg.com/global-educational-reform-movement-is-here/)
Hace unos días, Antanas Mockus me sorprendió cuando dijo que un serio problema de la educación es que los economistas desconectados de la realidad tienen demasiado poder en el campo de las reformas, y quieren hacerlas como si estuvieran en una sala de cirugía con sus guantes de látex, operando a un paciente sin tocarlo. Y ya en una columna anterior analizamos la necesidad de entender los elementos complejos (no solo simples o sofisticados) del sistema educativo si uno quiere hacer cambios efectivos.
Los cambios solo sucederán si como país trabajamos con objetivos claros que todos compartimos y hacemos posible que los docentes, directivos docentes y cada ser humano involucrado en la función social de educar se interese en transformar ese proceso, defina un camino de mejoramiento investigando su realidad y fijando metas para cambiarla, e involucre a otros para ejercer un poder colectivo de cambio.
Si nuestros flamantes candidatos quieren proponer una estrategia que nos saque del bloqueo institucional en el que estamos, tienen que salirse de las reformas tipo GERM y pensar menos en cómo cambiar la educación desde arriba y más en con quién cambiarla desde abajo.

Tomado de EL TIEMPO

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