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FALTABA UNO PARA LA FOTO

El verdadero fin del conflicto solo tendrá lugar cuando Santos, Uribe y Timochenko se den la mano. Y eso no será nada fácil. El apretón de manos tendrá que ser entre tres. De lo contrario, no habrá fin del conflicto armado.El gran problema que tiene Colombia entre manos desde el triunfo del No es si los tres –Gobierno, Farc y Uribe– así lo resuelven. Y rápido, porque el tiempo corre en contra de la paz.

Un conflicto armado como el colombiano se acaba de forma negociada cuando todas las partes se ponen de acuerdo. Durante cuatro años se tejió un acuerdo entre dos: las Farc y el Gobierno. Hubo intentos por subir a bordo a la tercera, el expresidente Uribe, que representa un sector de la sociedad y de las élites duro, conservador, influyente, que cree a las Farc criminales, no políticos. Esos intentos fracasaron –no vale ahora discutir si el uno no quiso o el otro no lo buscó–.

El plebiscito fue el intento para imponer, con la legitimidad del voto popular, el acuerdo de dos al tercero. El estrechísimo triunfo del No deja claro que esa tercera parte es esencial para que la guerra se acabe y se construya la paz.

 

Es decir, faltaba uno para la foto

Ahora, con una minoría del país polarizada (los menos de 13 millones que votaron), una vasta mayoría indiferente (los casi 22 millones que no lo hicieron) y una movilización ciudadana y estudiantil que el miércoles asomó en las calles como un cuarto actor, los tres protagonistas están ante el desafío de concretar una de las negociaciones más difíciles que haya visto el país.

Los reparos de la coalición Uribe-Pastrana-Ordóñez-cristianos a los acuerdos son estructurales, no menores. La derrota deja al Gobierno en una extrema debilidad, que puede llevarlo a decisiones que pongan su sobrevivencia política por encima de las necesidades de la paz. Subordinar la negociación al horizonte del 2018 es una tentación para todos. Y si las Farc sienten que los dos extremos del establecimiento las usan como comodines en su pulso político, la cosa puede complicarse.

El elemento crítico es el cese del fuego. Las reglas, calendarios y mecanismos de verificación pactados se cayeron con el No. Está en pie un cese del fuego de buena voluntad, declarado unilateralmente por el Gobierno y por las Farc. Sostenerlo indefinidamente en medio de la incertidumbre actual es de alto riesgo; verificarlo efectivamente será difícil. Si la renegociación no avanza rápido, un error, una provocación pueden hacer saltar todo por los aires.

La única salida es política. Cualquier acuerdo, como el de La Habana, tiene consecuencias jurídicas, pero su fundamento es una negociación política. Esta, a tres bandas, será extremadamente difícil. Parten de posiciones extremas, desde las Farc, que insisten en la validez jurídica del acuerdo, al ex procurador, que quisiera reescribirlo. La oposición rehúsa hablar con las Farc y quiere que el Gobierno, como mensajero de sus condiciones, haga el gasto del nuevo pulso. Y de la Casa de Nariño trasladan la decisión a las Farc.

El tiempo es crítico. La cuestión es si podrán la guerrilla, el sector moderno del establecimiento y su franja más conservadora encontrar en cuestión de semanas, antes de que el país se disuelva en las velitas y el aguardiente de diciembre, el terreno común que no lograron en cuatro años.

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