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LA NUEVA AMENAZA

El logro de una paz definitiva exige resolver el asunto del crimen organizado.
En realidad no es una nueva amenaza; desde hace décadas ha estado allí. El logro de una paz definitiva exige resolver el asunto del crimen organizado. Y no cualquier crimen organizado, sino aquel que es capaz de controlar comunidades y a veces regiones enteras, al margen de los esfuerzos del Estado por imponer su ley.
Esa es la herencia del narcotráfico y del conflicto: los criminales aprendieron que si ejercían como gobierno en sociedades periféricas y marginales, podían disfrutar de inmunidad para sus actividades. El problema salta a la vista con las ‘bacrim’, los combos, las oficinas de cobro y, recientemente, con las disidencias de las Farc, que no son más que guerrilleros medios y rasos especialistas en convertir el control territorial en rentas criminales, liberados ahora del control de sus comandantes.
Esa es la herencia del narcotráfico y del conflicto: los criminales aprendieron que si ejercían como gobierno en sociedades periféricas y marginales, podían disfrutar de inmunidad.
La buena noticia es que el Estado tiene cómo responder. No va a ocurrir como en Centroamérica, donde, luego de la paz con las guerrillas, surgió un fenómeno extendido de pandillas que disparó los homicidios y los Estados se vieron obligados a negociar treguas con ellos para reducir la violencia en los barrios pobres de las ciudades. Cuando un país ha enfrentado un enemigo como Pablo Escobar, una mafia de pobres como las maras no constituye una amenaza para la que no esté preparado.
La mala noticia es que el estado, aunque es muy bueno para perseguir y neutralizar un enemigo particular, tiene problemas para asumir las funciones de gobierno de los criminales. En sociedades periféricas y marginales tiene muchos problemas para prestar servicios tan básicos como protección y justicia y, sobra decir, para promover economías basadas en cultivos de coca o, incluso, en la informalidad y en la pequeña ilegalidad.
Por eso, mientras se tienen éxitos en la persecución de ‘Otoniel’, al punto de obligarlo a una negociación, se encuentra que toda una generación de jóvenes desilusionados es atraída por ese tipo de delincuencia, que numerosos bandidos están dispuestos a reemplazar a los capos que caen y, lo que es peor, que muchas sociedades encuentran en los criminales un medio alterno de provisión de orden, así sea en condiciones precarias.
El fin de la violencia exige que el Estado aprenda a proveer las necesidades de seguridad, justicia y protección de las fuentes básicas de ingreso de grandes masas de excluidos que hoy son gobernados por organizaciones criminales.

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