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Negociar en medio del conflicto

Un proceso de paz es uno de los procedimientos más complejos que se pueden desarrollar en política. Reunir a dos partes que se odian hasta la muerte, establecer una deliberación política entre ellos y llevarlos a un acuerdo que garantice la armonía a futuro no es una tarea fácil. A pesar de ello el proceso de paz colombiano ha mostrado un desempeño notablemente exitoso. El ritmo con el que se han desarrollado las negociaciones podrían convertirlo en el proceso de paz más rápido en cualquier historia nacional. Ello es especialmente destacado cuando se tiene en cuenta que el conflicto se ha extendido por más de 50 años.

Uno de los factores que explican el éxito del proceso de paz hasta el momento ha sido el demostrado aprendizaje estratégico de las experiencias pasadas, especialmente del fracaso del gobierno Pastrana. El equipo negociador bajo órdenes del Presidente de la República decidió llevar las negociaciones fuera del país para evitar la intervención de la violencia y política internas en el progreso de las negociaciones. Los diálogos a puerta cerrada en la Habana han obligado a los representantes de las FARC a concentrarse en las negociaciones en lugar de servirse de la exposición pública para hacer marketing de su organización. De igual manera se refutó la posibilidad de desmilitarizar áreas en el interior del país, uno de los hechos que en mayor manera deslegitimaron las negociaciones durante el gobierno Pastrana.

Entre las medidas que más han sido cuestionadas del actual proceso de paz se encuentra la negociación en medio del conflicto. Organizaciones políticas de izquierda y grupos de víctimas han solicitado al gobierno en numerosas ocasiones el cese al fuego bilateral, mientras que la ultraderecha se ha basado en las bajas a militares para denunciar las “falsas intenciones de paz de las FARC”. Hoy tras la muerte de 11 militares en el Cauca las voces disidentes a las negociaciones han vuelto a levantar la voz en redes sociales y medios nacionales.

Al igual que las otras condiciones en que se ha efectuado el proceso de negociación, el dialogar sin recurrir al alto al fuego no ha sido una medida tomada a la ligera. Es innegable que uno de los incentivos de las FARC para negociar la paz ha sido la imposibilidad de una victoria armada demostrada por el aumento en bajas, capturas y desmovilizados en los últimos quince años. El poder militar de las fuerzas armadas y la continuidad de golpes a la insurgencia son la única vía en que el Estado colombiano puede cerciorarse de conservar la autoridad mientras se desarrollan los diálogos.

Las bajas de militares son lamentables, al igual que lo son las muertes violentas de civiles y subversivos, quienes también son colombianos. Pero su ocurrencia no es una razón para dejar de creer en el proceso de paz. Todo lo contrario, es la muerte de colombianos y el dolor de sus familiares una de las principales razones para creer en el fin del conflicto armado.

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