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Stephen Hawking

Falleció el físico inglés Stephen Hawking. Con su partida, la ciencia ha perdido uno de sus más reconocidos referentes, una persona que no pasaba desapercibida y que por sus especiales características resultaba fácil de recordar. El verdadero alcance de su trabajo escapa a la comprensión de la gran mayoría de nosotros (me incluyo en ese grupo numeroso), pero no por ello ignoro su impacto y su influencia. En un mundo que difícilmente siente atracción y respeto por el pensamiento científico, con sus colosales retos y aportes, resulta muy valioso que algunos de quienes dedican su vida a tan exigente misión reciban algo de admiración general.
Hawking pertenece a ese selecto grupo de autores como Sagan, Asimov o Dawkins que trascendieron los límites de sus disciplinas para llevar la ciencia a grandes contingentes, logrando que sus libros se vendieran en número considerable y que se convirtieran en improbables bestsellers. Quizá no todos entendimos la Breve historia del tiempo (Hawking), o pudimos descifrar las claves de El universo (Asimov), pero no dudo que un importante número de jóvenes encontró su vocación científica luego de descubrir esas obras, de preguntarse más, de proponerse comprender las fórmulas crípticas que allí se consignaron.
Dedicarse a la ciencia es probablemente una de las tareas más ingratas que existen. Muchos de los inmensos logros que alcanzan quienes la ejercen no suelen salir de un reducido círculo de académicos, o se publican en revistas que no llegan jamás a las estanterías de alguna librería. Son unos héroes silenciosos que con paso lento, firme y plagado de obstáculos van despejando el camino que permite que la humanidad progrese, mejore y disfrute una mejor calidad de vida. Los frutos de la investigación científica han sido el factor fundamental que ha propiciado el mundo que hoy tenemos la fortuna de disfrutar.
Porque no nos equivoquemos: jamás en la historia de la humanidad hemos gozado de un bienestar comparable al que tenemos hoy, por mucho que algunos insistan en mostrarnos un escenario horroroso y apocalíptico.
Por eso conviene, y es apenas justo, rendir todos los homenajes que sean necesarios para quienes tan silenciosamente nos ayudan, y especialmente a quienes han podido sobresalir y llevar la ciencia a las primeras planas. Qué reconfortante resulta encontrar que Hawking ha acaparado los titulares de prensa de ayer, y que al lado de las mezquinas noticias del día a día, con sus pobres delitos y letanías de fracaso, se pueda leer sobre la vida y obra de un gran hombre. Que además haya superado su condición de discapacidad lo enaltece aún más.
Por ahí debe haber algún niño leyendo Cosmos, fascinándose con los programas de Neil deGrasse Tyson, o algún adolescente intentando entender a Hawking. Que eso sea posible, en medio de la frivolidad diaria, debe ser motivo de celebración. Gracias a todos ellos.

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